• La caída sin precedentes del promedio OCDE -y aún mayor de la UE-, a cuenta de la pandemia, deja patente que las “pantallas no educan” y que la figura del profesorado es clave en el proceso de enseñanza y aprendizaje.
  • El Estado español cosecha sus peores resultados en 23 años, pero paradójicamente queda más cerca que nunca del promedio de la OCDE.
  • Reemplazar docentes por software no funciona.

Se hace imposible no opinar y valorar los resultados del archiconocido “Informe PISA”, que pretende medir si las alumnas y alumnos con 15 años de 81 países tienen las destrezas suficientes para incorporarse al mercado laboral, según su propia definición, que a veces se confunde con el rendimiento académico. Si hablamos desde un enfoque competencial -tan de moda-, el estudio trata de valorar la capacidad de acción que tiene el alumnado para activar los recursos de que dispone con objeto de resolver satisfactoriamente aquellas tareas que se les presenta. Dicho de otra manera, evalúa la capacidad individual de movilizar, con vistas a una acción, conocimientos teóricos y prácticos, saber hacer y comportamientos en función de una situación laboral concreta y cambiante, en función de actividades personales y sociales.

Desde STEs-i, siempre hemos criticado este estudio, que sigue una lógica neoliberal caracterizada por:

    • Evaluaciones externas y estandarizadas, para una rendición de cuentas sin tener en cuenta las causas que provocan los malos resultados; competencia como motor de la productividad; establecimiento de ranking y preparación para el mercado laboral sin una visión integral de la educación.
    • Está basado en el mundo de la empresa y en el concepto de empleabilidad.
    • La educación bajo un enfoque neoliberal pierde de vista su función transformadora y su compromiso con la equidad y la realidad social, al centrarse en la producción de individuos competitivos.
    • Se prioriza el desarrollo de habilidades y competencias específicas para satisfacer las demandas del mercado, en lugar de enfocarse únicamente en la educación general y humanista.

Si algo nos ha demostrado la terrible pandemia que hemos sufrido, ha sido que: las relaciones humanas son educativas; que es un proceso que dura toda la vida; que la ausencia de dichas relaciones humanas genera tremendos problemas emocionales; que las pantallas y los programas informáticos pueden ofrecer formación pero no educan; que reemplazar docentes por software no funciona; que equiparar el concepto de “innovación educativa” al uso de determinadas tecnologías, tiene como finalidad la fidelización y convertirnos en clientes de pago recurrente en lugar de la transmisión de saberes concretos y de aplicarlos.

Es el momento de subrayar el importante papel que juega el profesorado en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Llevamos años soportando la devaluación y culpabilización de las y los docentes, expuestos ante la opinión pública como primer objeto de crítica. Ha sido habitual observar en los medios aquellas ideas de que “la educación no funciona” y que el problema es que el profesorado no está preparado para la educación del siglo XXI y, por lo tanto, hay que cambiarlo todo. Con una retorcida estrategia, los think-tank -laboratorios de ideas- de los lobbies -grupos de presión- que trabajan para entidades supranacionales, pretenden arrinconar la figura de la maestra o el maestro, como un mero repartidor “low cost” de una mercancía llamada conocimiento; todo ello jaleado por una camarilla de pedagogos vendidos al mejor postor.

La Administración justificaba el naufragio educativo atribuyendo los malos resultados siempre a la falta de formación del profesorado, y no a sus propias decisiones y medidas educativas. Han sido innumerables los artículos, opiniones, comentarios que atribuyeron al profesorado la responsabilidad principal de las diferencias del sistema. Ahora, con la ausencia presencial de este, se ha producido un desplome mundial de las competencias en Matemática, Lectura y Ciencias; dejando bien a las claras que las y los docentes son insustituibles.

HACEMOS LO QUE DECIMOS, DECIMOS LO QUE HACEMOS