Durante las últimas semanas, en plena desescalada del confinamiento provocado por la pandemia, y cuando las medidas de protección sanitaria aún eran extremas, la sociedad española ha asistido, entre sorprendida y estupefacta, a una serie de movilizaciones convocadas por la extrema derecha política y social. Posiblemente, una de las causas de dicha sorpresa ha sido que el epicentro se encontrase, ni más ni menos, que en el barrio de Salamanca, una de las zonas urbanas con una mayor renta per cápita no solo de España, sino de toda Europa. Es decir, que la explosión de descontento no se ha producido entre la población más desfavorecida por el sistema económico, sino entre sus mayores beneficiarios, y de ahí la extrañeza.

Sin embargo, desde una perspectiva histórica, el fenómeno no tiene nada de extraño. En muchas ocasiones, grandes procesos de cambio, como la Revolución Francesa, comenzaron con la denominada “revuelta de los privilegiados”. Tampoco es nada raro que la extrema derecha ocupe las calles. Mussolini llegó el poder tras una multitudinaria “marcha” sobre Roma. Manuel Fraga afirmó: “la calle es mía”. Se trata, en definitiva, y una vez más, de una dinámica de lucha de clases, con la particularidad de que la iniciativa la toma no la clase trabajadora, sino la clase dominante. Ya lo dijo Warren Buffett, uno de los mayores inversores del mundo. “Hay una guerra de clases, y la estamos ganando los ricos”.

Los objetivos de la extrema derecha

Evidentemente, no son los que expresan en público. En sus algaradas reclaman básicamente “libertad” (¿?), como si en nuestro país no estuviesen plenamente garantizadas todas las libertades y todos los derechos democráticos. En España solo ha existido una restricción temporal en la movilidad por la COVID19 equiparable a la que ha establecido el resto de países de países de nuestro entorno (Italia, Francia, Portugal…). A la vez, censuran la gestión del gobierno, lo cual, siendo legítimo, no deja de ser paradójico, ya que sus “modelos” políticos (Trump, Bolsonaro…) están gestionando la pandemia de manera que podemos calificar de “entre estúpida y suicida”.

Y si la libertad no está en peligro, ¿qué está en peligro para las clases privilegiadas? Pues, eso, sus privilegios. El actual gobierno, en una línea tímidamente socialdemócrata, ya ha anunciado que esta crisis no la puede pagar, una vez más, la clase trabajadora, como ocurrió a partir de 2008, sino que se deben aplicar políticas fiscales progresivas con el objetivo de redistribuir la renta, y que, por otro lado, se deben “blindar” los derechos de los trabajadores/as derogando la reforma laboral de Rajoy. Así de sencillo. Esa es la libertad que perciben que está en peligro: la libertad de eludir impuestos, la libertad de pagar sueldos miserables, la libertad de despedir sin restricciones, la libertad de hacer caja privatizando los servicios públicos…

Y por ello es necesario derrocar al actual gobierno, que es lo que suelen hacer las élites aquí, en todos los tiempos y en todas las partes: derrocar gobiernos que ponen en entredicho sus intereses económicos.

Las estrategias de la extrema derecha

Son bien conocidas, y consisten básicamente en una actualización de viejos procedimientos. En primer lugar, es necesario generar una “atmósfera” de rechazo al gobierno, y eso se consigue promoviendo diversos bulos o mitos:

  1. El “mito de la ilegitimidad”. El actual gobierno no es legítimo porque cuenta con el apoyo de fuerzas políticas que quieren romper España.

  2. El “mito de la conspiración comunista”. Existe una conspiración social-comunista para cambiar de régimen y transformar nuestro país en una nueva Corea o una nueva Venezuela.

  3. El “mito del caos”. El gobierno es incompetente para gobernar y para controlar una situación de desorden generalizado.

Como decíamos, no son nuevos. Son exactamente los mismos que utilizaron la derecha y la extrema derecha en 1936 para justificar el golpe de estado del 18 de julio, actualizados, eso sí, con la “doctrina de la desinformación” creada por Steve Bannon, el gurú de la campaña electoral que llevó a Trump al poder, y potenciados por unos medios de comunicación muy poderosos.

En segundo lugar, una vez generado el ambiente propicio, hay que pasar a la acción. Curiosamente, la extrema derecha, en su estrategia desestabilizadora, está utilizando procedimientos que algunos teóricos de la “no violencia”, como Gene Sharp, habían propuesto para luchar contra las dictaduras. Es como “el mundo patas arriba”. Una de esas estrategias es la “victimización”, es decir, la utilización de las posibles víctimas de la actuación policial o de los enfrentamientos con grupos antifascistas para construir la siempre movilizadora imagen del “mártir” por la patria… En consecuencia, la mayoría de sus concentraciones no cumplen con los requisitos legales, ignoran las normas sanitarias del confinamiento y rebosan de gestos, actitudes y consignas provocadoras, cuando no directamente insultantes. Ahora bien, por todo lo dicho anteriormente, la respuesta ciudadana debe siempre ser pacífica, democrática, serena… Morder el anzuelo de la provocación es el mejor regalo que les podemos hacer.

Y, en tercer lugar, y para terminar, ¿cómo camuflar los verdaderos propósitos económicos y sociales y, a la vez, ampliar la base social del movimiento para darle solidez y eficacia? Pues, es muy sencillo, con banderas, con alusiones a España, exaltando un sentimiento nacional que se considera “herido” por los movimientos separatistas… Es un recurso muy viejo y muy extendido. La bandera sin duda es la prenda más utilizada históricamente para ocultar las propias vergüenzas.

¿Todas las movilizaciones son iguales? El ejemplo de la Marea Verde

Cosas de la vida, la extrema derecha ha elegido el color verde para representar a su formación política de referencia, el mismo color que representa a la Marea Verde. Manda narices… Y ahí que lo vemos ondear en sus manifestaciones junto a un abigarrado conglomerado de banderas constitucionales, franquistas, falangistas, carlistas…

Pero no es lo mismo. No todas las movilizaciones son iguales, ni todas las causas son la misma, por mucho que se empeñen los actuales adalides de la equidistancia. Cuando en la Marea Verde salimos a la calle, no necesitamos desviar la atención sobre nuestros verdaderos propósitos. Nosotros/as nunca hemos pretendido derrocar ningún gobierno salido de las urnas. Luchamos por una educación pública suficientemente financiada, inclusiva, laica, feminista, no burocratizada y no mercantilizada, que conciba el conocimiento como un factor fundamental para la emancipación individual y colectiva. Luchamos por una educación pública que realmente garantice la igualdad de oportunidades para todos y todas, independientemente de su sexo, raza, religión, procedencia, ideología o inclinación sexual. Y lo seguiremos haciendo, “gobierne quien gobierne”, como reza uno de nuestros lemas.

Tampoco necesitamos retorcer ni ocultar nuestras estrategias. Nuestras acciones siempre están dentro de la ley, cuentan con la autorización gubernativa, son pacíficas, jamás se basan en bulos y nunca manipulan los símbolos nacionales para conseguir sus objetivos.

En definitiva, no todas las movilizaciones son iguales. Entre nuestro verde y el de la extrema derecha hay un abismo, que es el separa la democracia del autoritarismo; la igualdad, de la desigualdad; la justicia, de los privilegios; la defensa de lo público, de la defensa de los intereses privados; la inclusión, del racismo, del machismo, de la xenofobia…

No, no confundamos, por favor. El verde de la extrema derecha no es aquel con el que soñaba García Lorca.

HACEMOS LO QUE DECIMOS, DECIMOS LO QUE HACEMOS